sábado, 19 de mayo de 2012

Demasiado incorrecto para recordar

Parece que vivimos tiempos de depresiones, no sólo económicas, también psicosociales y culturales. La memoria se desinfla, se vuelve fatua y las conmemoraciones pasan al olvido de un sencillo apunte en la agenda personal, o a la esquina de un breve periodístico, o se convierten en fiesta de nostálgicos atrabiliarios. Incluso gobernando las derechas, un Ejecutivo para la economía y por tanto para la ética, la cultura se transforma en mero embellecimiento de una estética siempre tardía, que por no ser, no es ni clásica

Menéndez Pelayo
en el vestíbulo de la BNE
Y en éstas, don Marcelino Menéndez y Pelayo se nos aparece, como si fuera el maestro de la conciencia hispánica y del pensamiento católico. Se manifiesta, nos interpela y nos obliga. ¿Qué queda de don Marcelino en este presente de la historia? ¿Acaso ese virus postmoderno del complejo deconstructor de grandes hombres, de grandes historias, de grandes relatos, de sentido, al fin y al cabo, nos está afectando hasta tal punto que hemos perdido la memoria y, con ella, el verbo en activo de la esperanza? ¿También en la Iglesia, pueblo de la memoria e inteligencia de la fe, la caridad y la esperanza?

Cuando el inquieto afán de la búsqueda de la verdad que propone la Iglesia tiene que recurrir a una Carta pastoral escrita en 1956, por el entonces obispo de Santander, monseñor José Eguino y Trecu, quiere decir que algo pasa. Se cumplían cien años del nacimiento de don Marcelino:
«(...) Nosotros hemos querido detenernos en algunos puntos de aquellas memorables oposiciones, porque así se comprende la importancia del rasgo de Menéndez Pelayo que puso la ciencia, al pisar el umbral mismo de su cátedra universitaria, a la sombra de la Cruz. Mas no por jactancia ni por pedantesca exhibición de una piedad farisaica y vocinglera, sino por convicción íntima, porque lo exigía así la sencillez y firmeza de un joven casi imberbe, que no se pagaba de adulaciones, pero tampoco se asustaba del respeto humano y llevaba en todas partes sentida y honda la fe que aprendió sobre las rodillas de su madre».
El 19 de mayo de 1912 fallecía en Santander un sabio; quisiera ahora escribir: el último hombre sabio de nuestra España. Ahora se cumplen cien años, y nuestra historia muda y hace silencio. ¿Saben los universitarios quién fue don Marcelino, su pasión por la verdad, su amor sincero por la fe? He aquí nuestro pecado, un pecado de lesa ciencia. (...)
¿Quién siembra en las presentes generaciones la pasión por las pasiones que llenaron la vida de Menéndez y Pelayo, por esos amores que nuca se pierden y que pasan por encima de lo que el segundero de la Historia condena? Ya lo dijo Ángel Herrera Oria, que bebió de la obra de don Marcelino y que impregnó toda la suya con esa labia: su vida entera es sólida y de una pieza. «Católico a machamartillo, como sus padres»; españolísimo «de la única España que el mundo conoce»; «admirador de los pueblos que se reconstruyeron ahondando en su propia tradición», fustigó duramente a los españoles que desorientaban a la juventud «corriendo tras los vanos trampantojos de una falsa y postiza cultura, en vez de cultivar su propio espíritu». Porque «un pueblo joven puede improvisarlo todo menos su cultura intelectual. Un pueblo viejo no puede renunciar a la suya sin extinguir la parte más noble de su vida y caer en una segunda infancia próxima a la imbecilidad senil».
José Francisco Serrano Oceja en alfayomega.es

5 comentarios:

  1. No puedo estar más de acuerdo; vivimos improvisando política y culturalmente, por eso las pasiones que llenaron la vida de Menéndez y Pelayo no terminan de enraizar.
    Claro que interpela, y mucho, ¿quién siembra ahora estas pasiones fundamentales?. Políticos y referentes culturales deberían preguntárselo, sino seguramente caeremos en esa segunda infancia. Me resisto a pensar que ya estamos en ella, no puede ser,no me rindo, aunque a veces el panorama es bastante desolador...
    Gracias por acercarnos al "fundamento": católico y españolísimo, ojalá los políticos lo tuvieran más presente, desde "esos lares" yo no veo que se molesten demasiado en difundirlo, y así nos va...

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    1. Rosa, permíteme que discrepe: las raíces están, son las mismas de Menéndez Pelayo. Nuestra cultura bebe del humanismo judeo cristiano. Lo políticos lo saben, y por eso tratan de ocultarlas, a base de ignorarlas. No les interesa que pensemos.
      Por suerte somos muchos los que nos rebelamos y no estamos dispuestos a dejarnos llevar por la corriente de lo políticamente correcto.

      Feliz semana, amiga.

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    2. Sí, claro que están, pero no a nivel político,ahí no terminan de enraizar como práctica de gobierno me refiero, por lo que sea, intereses de todo tipo, no puedo juzgar. Aunque es muy idealista pensarlo, creo que tienen una obligación ineludible si se dicen cristianos, pero parece ser que no es así; todos lo sufrimos,especialmente los jóvenes.

      Feliz semana para tí también. Un beso

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  2. ¿Quién es capaz de escribir, ahora, una obra como la de Don Marcelino?. Justo es reconocer su categoría como erudito y gran lector.

    Mis saludos y sepa usted que tiene un excelente blog.

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    1. Efectivamente, don Marcelino fue muy grande.

      Muchísimas gracias por su visita; y para blogs excelentes... el suyo.
      ¡Saludos!

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