miércoles, 31 de octubre de 2012

Estrella perdida



W-A- Bouguereau: La estrella perdida, 1884

A una estrella. (Rubén Darío)

¡Princesa del divino imperio azul, quién besará tus labios luminosos! 

  ¡Yo soy el enamorado extático que soñando mi sueño de amor, estoy de rodillas, con los ojos fijos en tu inefable claridad, estrella mía, que estás tan lejos! ¡Oh, cómo ardo en celos, cómo tiembla mi alma cuando pienso que tú, cándida hija de la aurora, puedes fijar tus miradas en el hermoso Príncipe Sol que viene de Oriente, gallardo y bello en su carro de oro, celeste flechero triunfador, de coraza adamantina, que trae a la espalda el carcaj brillante lleno de flechas de fuego! Pero no, tú me has sonreído bajo tu palio, y tu sonrisa era dulce como la esperanza. ¡Cuántas veces mi espíritu quiso volar hacia ti y quedó desalentado! ¡Está tan lejano tu alcázar! He cantado en mis sonetos y en mis madrigales tu místico florecimiento, tus cabellos de luz, tu alba vestidura. Te he visto como una pálida Beatriz del firmamento, lírica y amorosa en tu sublime resplandor. ¡Princesa del divino imperio azul, quién besará tus labios luminosos!

  Recuerdo aquella negra noche, ¡oh, genio Desaliento! en que visitaste mi cuarto de trabajo para darme tortura, para dejarme casi desolado el pobre jardín de mi ilusión, donde me segaste tantos frescos ideales en flor. 

    Tu voz me sonó a hierro y te escuché temblando, porque tu palabra era cortante y fría y caía como un hacha. Me hablaste del camino de la Gloria, donde hay que andar descalzo sobre cambroneras y abrojos; y desnudo, bajo una eterna granizada; y a oscuras, cerca de hondos abismos, llenos de sombra como la muerte. Me hablaste del vergel Amor, donde es casi imposible cortar una rosa sin morir, porque es rara la flor en que no anida un áspid. Y me dijiste de la terrible y muda esfinge de bronce que está a la entrada de la tumba. Y yo estaba espantado, porque la gloria me había traído, con su hermosa palma en la mano, y el amor me llenaba con su embriaguez, y la vida era para mí encantadora y alegre como la ven las flores y los pájaros. Y ya presa de mi desesperanza, esclavo tuyo, oscuro genio Desaliento, huí de mi triste lugar de labor -donde entre una corte de bardos antiguos y de poetas modernos resplandecía el dios Hugo, en la edición de Hetzel- y busqué el aire libre bajo el cielo de la noche. ¡Entonces fue, adorable y blanca princesa, cuando tuviste compasión de aquel pobre poeta, y le miraste con tu mirada inefable y le sonreíste, y de tu sonrisa emergía el divino verso de la esperanza, ¡Estrella mía, que estás tan lejos, quién besará tus labios luminosos!
    
   Quería contarte un poema sideral que tú pudieras oír, quería ser tu amante ruiseñor, y darte mi apasionado ritornelo, mi etérea y rubia soñadora. Y así desde la tierra donde caminamos sobre el limo, enviarte mi ofrenda de armonía a tu región en que deslumbra la apoteosis y reina sin cesar el prodigio. 

     Tu diadema asombra a los astros y tu luz hace cantar a los poetas, perla en el océano infinito, flor de lis del oriflama inmenso del gran Dios. 

     Te he visto una noche aparecer en el horizonte sobre el mar, y el gigantesco viejo, ebrio de sal, te saludó con las salvas de sus olas sonantes y roncas. Tú caminabas con un manto tenue y dorado; tus reflejos alegraban las vastas aguas palpitantes. 

    Otra vez en una selva oscura, donde poblaban el aire los grillos monótonos, con las notas chillonas de sus nocturnos y rudos violines. A través de un ramaje te contemplé en tu deleitable serenidad, y vi sobre los árboles negros trémulos hilos de luz, como si hubiesen caído de las alturas hebras de tu cabellera. ¡Princesa del divino imperio azul, quién besara tus labios luminosos!

    Te canta y vuela a ti la alondra matinal en el alba de la primavera, en que el viento lleva vibraciones de liras eólicas, y el eco de los tímpanos de plata que suenan los silfos. Desde tu región derramas las perlas armónicas y cristalinas de su buche, que caen y se juntan a la universal y grandiosa sinfonía que llena la despierta tierra. 

    ¡Y en esa hora pienso en ti, porque es la hora de supremas citas en el profundo cielo y de ocultos y ardorosos oarystis en los tibios parajes del bosque donde florece el cítiso que alegra la égloga! ¡Estrella mía, que estás tan lejos, quién besara tus labios luminosos!

domingo, 28 de octubre de 2012

Madre



Dentro de nada, 
cuando me den permiso
las estúpidas fieras de mi tiempo, 
cumpliré una palabra que nunca me pediste. 
Te llevaré a París. 
Porque tal vez, entonces, 
en los Campos Elíseos 
o en las aguas del Sena, 
con Notre Dame al fondo o con la Torre Eiffel, 
veré de nuevo el brillo 
más joven de tus ojos, 
la luz adolescente que baja del tranvía 
con bolsas y comercios y saludos 
y poco más de veinte años. 

Hoy te recuerdo así, 
como los días sin colegio, 
bandera hermosa de un país difícil, 
lluvia delgada de los sábados. 
Nunca guardaste mucho para ti. 
Ni siquiera una noche, 
una ciudad o un viaje. 
Tu tiempo se sentaba en nuestra mesa 
y había que partirlo como el pan, 
entre tus hijos y tu miedo. 
Seis veces el temor 
a que la enfermedad, el vicio o la desgracia 
se quisieran sentar en nuestra mesa. 
No vayas a salir, a dónde vas ahora, 
hay que tener cuidado 
con los amores y las carreteras, 
deja ya la política 
o la gruta del lobo. 
Y sin embargo lo que no te atrevías a pedir 
duerme en el corazón de cada uno. 
Porque el amor se hereda 
como un abrigo sin botones, 
y a mí me gustaría acompañarte 
por los pasillos del museo, 
más obediente y repeinado, 
para encontrar en la Gioconda 
el sueño y la sonrisa 
de un carné de familia numerosa. 

Te llevaré a París 
o a la ciudad que duerme 
en la taza de té de tus meriendas, 
con tu cristalería de familia burguesa 
y más aspiraciones que dinero, 
con tus dientes manchados de carmín, 
con tus estudios de Filosofía 
y Letras, je m`apelle 
Elisa, j`ai cherché 
la lune, la mer, la vie,
la pluie, mon coeur, 
y todo se interrumpe. 
Sólo somos injustos de verdad 
cuando sabemos que el amor 
no pasará factura. 
Pero el cauce sin agua 
también puede llegar a desbordarse, 
como los ríos de Granada, 
y a tu lado me busca 
esta vieja nostalgia de ser bueno, 
de no ser yo, 
de conocer al hijo que mereces. 
Te llevaré a París. En mi recuerdo 
has aprendido algo 
de lo que te olvidaste en la vida: 
pedir por ti, andar por tus ciudades. 

Luis García Montero


sábado, 27 de octubre de 2012

La muerte de la rosa

Plasmabas en el lienzo a Maya Plisetskaya. Yo te miraba absorta mientras las dos escuchábamos “la muerte del cisne”. ¿Acaso la música guiaba tu pincel?
La aguja del tocadiscos marcaba el final, mientras el disco seguía girando a la espera de poner “la cara b”. Tú no dejabas de pintar y yo, de puntillas, para no romper el hechizo de tu brazo volvía la aguja al principio. 

Hoy, que ya no estás, contemplo el cuadro terminado (como si una obra de arte se pudiese concluir). Y como si no hubiesen pasado 30 años, me llega el olor del óleo de tu paleta, la caja abierta repleta de pinceles y pinturas, y el sonido inconfundible del vinilo que marcó la banda sonora de mi infancia.

jueves, 25 de octubre de 2012

Peligro para la democracia

Es lo que supone la falta de enseñanzas clásicas para Martha C. Nussbaum, pensadora norteamericana que mañana recibirá el Premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales. 

Me ha parecido muy interesante la entrevista a Nussbaum que aparece hoy en el diario ABC, así que la reproduzco aquí.

Rafael Sanzio de Urbino: La Escuela de Atenas.

Los norteamericanos son un pueblo joven, nacido al cobijo de la bandera de la democracia. Un pueblo que nació en el mismísimo futuro. Quizá por eso, cuando echan la vista atrás lo hacen con entusiasmo y apasionamiento juvenil, con las ganas de sabiduría que a veces parece que vayan desapareciendo de este viejo, y muy cansado, continente llamado Europa. Sus intelectuales, sus pensadores, ponen mucha carne sobre el asador. Suelen hablar claro, guste o o no guste. Como Martha C. Nussbaum, a la que por Chicago donde vive y enseña la deben considerar casi a la izquierda de Obama, al que votar, según ella, «aunque tenga defectos, es la mejor opción posible».

Neoyorquina, vestida con discretísima elegancia en tonos negros, bien parece una de esas americanas progresistas, con tanto estilo como talento que salen en los bistrós de lujo de las pelis de Woody Allen, quien por aquí sigue por cierto en su restaurada estatua en la calle de las Milicias Nacionales en pleno centro de Oviedo. Pero del sucedáneo cultural de Allen a la señora Nussbam hay un largo trecho, como sentenció el jurado del Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales tras premiarla: «Profunda concedora del pensamiento griego, por su contribución a las humanidades, la filosofía del derecho y de la política, y por su concepción ética del desarrollo económico».
Mujer de gestos estimulantes, expresiva y sutil humor, que sí, reconoce, que lo de la democracia griega estaba bien, «pero solo participaba el diez por ciento de la población, no como en nuestras sociedades». Mujer de armas tomar culturales, pone cara de sorpresa (más bien de estupor) cuando escucha que en España el latín es una especie en vías de extinción, y que se pone marimorena con gestos de gran ironía cuando se refiere a Angela Merkel

Platon y Aristóteles
-¿Se imagina un mundo sin enseñanzas humanísticas ni clásicas?

-Sería una amenaza muy grande para la democracia. Si la gente no aprende a pensar de forma riguosa y analítica, si no sabe construir argumentos filosoficos, serán como los esclavos de los tiempos de Sócrates. Son necesarias enseñanzas como los Diálogos de Platón, porque es necesaria la imaginación y la curiosidad para que las personas amplíen su mente y piensen en algo más que su familia y su círculo. Votarán sin la menor preparación, no entenderán a la gente de otras razas, religiones y clases sociales. Pero no hablo solo del latín, del griego, de la cultura clásica, es necesaria toda la literatura, el arte, la filosofía, la pintura.

-Una experta en Ética de la Economía cree que el Producto Interior Bruto es la manera más exacta de medir la riqueza de un país?

-No, no basta solo con eso. El progreso afecta a otras muchas cosas que debemos cotejar. Para empezar, hay que pensar en la facilidad que tengan las personas de poseer una capacidad para elegir una vida en condiciones. Tenemos que hablar de sensibilidad, de libertad, de las artes, de la cultura, de la familia. Y no podemos olvidar cuál es la relación de esa sociedad con otras especies, si vive en un medio ambiente sano y cuidado, si todas las personas participan del ocio y el tiempo libre, si las mujeres no están obligadas a trabajar en casa y también fuera… Para saber si una sociedad es rica y avanzada hay que fijarse en todo esto y que lo practique con éxito, y para todos, no solo para los poderosos.

Detalle de La Escuela de Atenas
-¿La crisis y la pobreza pueden llevarse por delante muchas de nuestras libertades?

-Sí, seguro, la crisis trae consigo una pérdida de la libertad, porque la gente que no tiene capacidad de poder educarse para saber elegir no es libre. No vale de nada hablar de libertad de expresión, de libertad de reunión, de libertad religiosa y de tantas otras cuando el sistema educativo público se ve recortado y la gente tiene un acceso a la cultura que depende de su poder económico. La pobreza, los recortes, disminuyen el poder de decisión de las personas. Si el acceso a la cultura no es igual para todos, estamos perdiendo buena parte de nuestra libertad.

-Hay quien cree que la crisis es un nuevo totalitarismo como los del siglo XX, aunque en clave económica. 

 -La actual estuctura económica europea es una amenaza para la democracia. Angela Merkel no ha sido elegida por los electores griegos o españoles, pero la que tiene el poder de decisión es ella, y eso es peligroso. La unidad europea debería tener un componente político tan fuerte como lo es el económico que empieza ser demasiado fuerte.

lunes, 22 de octubre de 2012

¡Es el Oriente, y Julieta, el sol!



¡Silencio!

¿Qué resplandor se abre paso a través de aquella ventana?
¡Es el Oriente, y Julieta, el sol!
¡Surge, esplendente sol, y mata a la envidiosa luna,
lánguida y pálida de sentimiento porque tú,
su doncella, la has aventajado en hermosura!
¡No la sirvas, que es envidiosa!
Su tocado de vestal es enfermizo y amarillento,
y no son sino bufones los que lo usan,
¡Deséchalo! ¡Es mi vida, es mi amor el que aparece!
Habla… más nada se escucha; pero, ¿qué importa?
¡Hablan sus ojos; les responderé!
Soy demasiado atrevido. No es a mí a quien habla.
Dos de las más resplandecientes estrellas de todo el cielo,
teniendo algún quehacer, ruegan a sus ojos
que brillen en sus esferas hasta su retorno.
¿Y si los ojos de ella estuvieran en el firmamento
y las estrellas en su rostro?
¡El fulgor de sus mejillas avergonzaría a esos astros,
como la luz del día a la de una lámpara!
¡Sus ojos lanzarían desde la bóveda celestial
unos rayos tan claros a través de la región etérea,
que cantarían las aves creyendo llegada la aurora!
¡Mirad cómo apoya en su mano la mejilla!
¡Oh! ¡Mirad cómo apoya en su mano la mejilla!
¡Oh! ¡Quién fuera guante de esa mano
para poder tocar esa mejilla!

Romeo y Julieta, 1597.

William Shakespeare, 1564- 1616.

William Powell Frith, (1819-1909): Giulietta.


domingo, 21 de octubre de 2012

Pintando música, II

Charles Chaplin (1825-1891): Mujer tocando la guitarra.

Henry Meynell Rheam:  Melodía, 1904.

Karl Ludwig Adolf Ehrhardt, (1813-1899): La musa de la música.

Hugo Ballin, (1879-1956): La lección, 1907.

Samuel Melton Fisher, (1860-1939): Sueños.

sábado, 20 de octubre de 2012

El abanico de Meléndez Valdés

Oda XLII: El abanico.

¡Con qué indecible gracia,
tan varia como fácil,
el voluble abanico,
Dorila, llevar sabes!

¡Con qué movimientos
has logrado apropiarle
a los juegos que enseña
de embelesar el arte!

Esta invención sencilla
para agitar el aire
da, abriéndose, a tu mano
bellísima el realce
de que sus largos dedos,
plegándose süaves,
con el mórbido brazo
felizmente contrasten.
Alexander Roslin, (1718-1793): Dama con mantilla.

Este brazo enarcando,
su contorno tornátil
ostentas cuando al viento
sobre tu rostro atraes.

Si rápido lo mueves,
con los golpes que bates
parece que tu seno
relevas palpitante;

si plácida lo llevas,
en las pausas que haces,
que de amor te embebece
dulcemente la imagen.

.
John Hubbard Rich, 1876–1954.

De tus pechos entonces,
en la calma en que yacen
medir los ojos pueden
el ámbito agradable.

Cuando con él intentas
la risita ocultarme
que en ti alegre concita
algún chiste picante,

y en tu boca de rosa,
desplegándola afable,
de las perlas que guarda
revela los quilates,
me incitas, cuidadoso,
a ver por tu semblante
la impresión que te causan
felices libertades.

Edoardo Tofano, (1838-1920): Mujer con abanico.

Si el rostro, ruborosa,
te cubres por mostrarme
que en tu pecho, aun sencillo,
pudor y amor combaten,
al ardor que me agita
nuevo pábulo añades
con la débil defensa
que me opones galante.

Al hombro golpecitos,
con gracioso donaire,
con él dándome, dices:
«¿De qué tiemblas, cobarde?

»No es mi pecho tan crudo,
que no pueda apiadarse,
ni me hicieron los cielos
de inflexible diamante.

»Insta, ruega, demanda,
sin temor de enojarme;
que la roca más dura
con tesón se deshace».

Conrad Kiesel, (1846-1921): Abanico.

Al suelo, distraída,
jugando se te cae,
y es porque cien rendidos
se inquieten por alzarle.

Tú, festiva, lo ríes,
y una mirada amable
es el premio dichoso
de tan dulces debates.

Mientras llamas de nuevo
con medidos compases
al fugaz cefirillo
a tu seno anhelante,
en mis ansias y quejas,
fingiendo no escucharme,
con raudo movimiento
lo cierras y lo abres;
mas súbito rendida,
batiéndolo incesante,
me indicas, sin decirlo,
las llamas que en ti arden.

Una vez que en tu seno
maliciosa lo entraste,
yo, suspirando, dije:
«¡Allí quisiera hallarme!»

Conrad kiesel, 1846-1921.
Y otra vez ¡ay Dorila!
que a mi rival hablaste
no sé qué, misteriosa,
poniéndolo delante,
lloreme ya perdido,
creyéndote mudable,
y ardiéndoseme el pecho
con celos infernales.

Si quieres con alguno
hacer la inexorable,
le dice tu abanico:
«No más, necio, me canses».

Él a un tiempo te sirve
de que alejes y llames,
favorable acaricies,
y enojada amenaces.

Cerrado en tu alba mano,
cetro es de amor brillante,
ante el cual todos rinden
gustoso vasallaje;
o bien pliega en tu seno
con gracia inimitable
la mantilla, que tanto
lucir hace tu talle.

Alexander Roslin: Baronesa Neubourg-Cromière, 1756.

A la frente lo subes,
a que artero señale
los rizos que a su nieve
dan un grato realce.

Lo bajas a los ojos,
y en su denso celaje
se eclipsan un momento
sus llamas centelleantes
porque logren lumbrosos,
de súbito al mostrarse,
su triunfo más seguro
y como el rayo abrasen.

Eduardo León Garrido.

¡Ah, quién su ardor entonces
resista, y qué de amantes
burlándose, embebecen
sus niñas celestiales!

En todo eres, Dorila,
donosa; a todo sabes
llevar, sin advertirlo
tus gracias y tus sales.

¡Feliz mil y mil veces
quien en unión durable,
en ti correspondido,
cual yo merece amarte!

jueves, 18 de octubre de 2012

Los ángeles cantan

Stephan Lochner: Madonna en el rosal, 1448.

Gerard David, (1460-1523): Virgen y el Niño con ángeles, 1505.

Juan Sariñena, (1545-1619): Virgen y ángeles cantores, 1610.

Dirk de Quade van Ravesteyn, (1589-1619): Virgen con ángeles cantores.

Giulio Aristide Sartorio,(1860,1932): Madonna degli angeli.

martes, 16 de octubre de 2012

Lectoras, II


Etienne Adolphe Piot.

Albert Lynch, (1851-1912): Lectura tranquila.

Irving Ramsey Wiles, (1861 - 1948): El libro de historia.

Norbert Goeneutte, (1854 - 1894): Retrato de Anna Goeneutte.

Ulisse Caputo, (1872 - 1948).

Edouard Gelhay, (1856 - 1939).

Daniel F. Gerhartz.

Sally Rosenbaum.

lunes, 15 de octubre de 2012

El abanico

William Russell Flint (1880-1960): Retrato de mujer, (detalle)

Ernest Emile Lemenorel (1880 - 1920): Pamela, 1909

William Worcester Churchill (1858-1926): Dama con abanico, 1902

Edwin Howland Blashfield

Antonio de la Gandara (1861-1917): Madame Pierre Gautreau, 1898

Giovanni Costa (1833-1993)

domingo, 14 de octubre de 2012

A esa, a la que yo quiero


Henry Tanworth Wells, (1828-1903): Alicia


A esa, a la que yo quiero,
no es a la que se da rindiéndose,
a la que se entrega cayendo,
de fatiga, de peso muerto,
como el agua por ley de lluvia
hacia abajo, presa segura
de la tumba vaga del suelo.

A esa, a la que yo quiero,
es a la que se entrega venciendo,
venciéndose,
desde su libertad saltando
por el ímpetu de la gana,
de la gana de amor, surtida,
surtidor, o garza volante,
o disparada -la saeta-,
sobre su pena victoriosa,
hacia arriba, ganando el cielo.

(Pedro Salinas)

viernes, 12 de octubre de 2012

Ellos también leen, VII

Zinaida Serebriakova, (1884-1967) 

Vasily Tropinin, (1776-1857): Niño con libro

Johann Baptist Reiter (1813-1890): El pequeño lector

Thomas Pollock Anshutz, (1851 – 1912): Niño leyendo, (1900)

Tom Lovell, 1944