Aria de Turandot que quizá sea una de las composiciones más conocidas de Giacomo Puccini (1858-1924), que murió cuando componía la más exóticas de sus óperas. Fue concluida por Franco Alfano, y se estrenó en 1926.
“¡Pueblo de Pekín! Esta es la ley: Turandot, la Pura, será la esposa de aquel que, siendo de sangre real, resuelva los tres enigmas que ella le propondrá. Pero el que afronte la prueba y resulte vencido ofrecerá al hacha su cabeza soberbia”.
Así reza el edicto impuesto por la bella pero fría y sanguinaria princesa Turandot y que ha llevado a la muerte a decenas de aspirantes subyugados por su inigualable belleza. El príncipe Calaf se ha sometido a la difícil prueba y ha logrado resolver los tres misteriosos enigmas de Turandot: la esperanza, la sangre y el hielo que enciende tu llama: Turandot.
Ahora le toca reclamar la mano de la fría princesa, quien ha quedado a merced del hasta entonces desconocido vencedor. Pero la derrotada princesa se niega a cumplir con el juramento sagrado que la obliga a ser esposa del hombre que adivine sus enigmas, por lo que ruega a su padre, el emperador de China, que no la entregue al extranjero.
El desconocido príncipe, viendo temblar de miedo a la princesa por primera vez, le propone un enigma: “Mi nombre no sabes, dime mi nombre... dime mi nombre y al alba moriré”.
Nessun dorma!
¡Nadie duerma! Los heraldos de la princesa Turandot esparcen el decreto por todo Pekín. Nadie dormirá esa noche hasta que se encuentre a alguien que conozca el nombre del extranjero.
Mientras Turandot y sus guardias recorren la ciudad atemorizando a la gente en su afán de descubrir el nombre de Calaf, éste, posado en una escalera, contempla las estrellas y, seguro de su victoria, espera con ansia la llegada de la mañana.
Los matices que adornan la personalidad de Calaf son varios y el intérprete, en algunos pasajes, sólo tiene unas líneas para transmitirlos al público. Su carácter es noble y posee gran valentía, inteligencia y también ardor, el cual emana cuando se dirige a Turandot a finales del segundo acto y en el dúo final del tercer acto.
El perfil del personaje y la escritura vocal exigen, ante todo, una voz exuberante que refleje la noble apostura de un príncipe arrojado y decidido a conquistar lo que quiere.
Este aria es sublime; siempre se me ponen los pelos de punta cuando la oigo, da igual que la cante Plácido Domingo, Pavarotti, incluso la versión instrumental. Gracias por traerla, saludos.
ResponderEliminarQue hermoso lo que has compartido, musica que eleva el alma.
ResponderEliminarVoy a poner el cd.
Cariños
Es impresionante...
ResponderEliminar... como la hora del alba. Silencio. Emoción. Y la Luz que vuelve a ser nacida.
Gracias.