W-A- Bouguereau: La estrella perdida, 1884 |
A una estrella. (Rubén Darío)
¡Princesa del divino imperio azul, quién
besará tus labios luminosos!
¡Yo soy el enamorado extático que soñando
mi sueño de amor, estoy de rodillas, con los ojos fijos en tu inefable
claridad, estrella mía, que estás tan lejos! ¡Oh, cómo ardo en celos, cómo
tiembla mi alma cuando pienso que tú, cándida hija de la aurora, puedes fijar
tus miradas en el hermoso Príncipe Sol que viene de Oriente, gallardo y bello
en su carro de oro, celeste flechero triunfador, de coraza adamantina, que trae
a la espalda el carcaj brillante lleno de flechas de fuego! Pero no, tú me has
sonreído bajo tu palio, y tu sonrisa era dulce como la esperanza. ¡Cuántas
veces mi espíritu quiso volar hacia ti y quedó desalentado! ¡Está tan lejano tu
alcázar! He cantado en mis sonetos y en mis madrigales tu místico
florecimiento, tus cabellos de luz, tu alba vestidura. Te he visto como una
pálida Beatriz del firmamento, lírica y amorosa en tu sublime resplandor.
¡Princesa del divino imperio azul, quién besará tus labios luminosos!
Recuerdo aquella negra noche, ¡oh, genio
Desaliento! en que visitaste mi cuarto de trabajo para darme tortura, para
dejarme casi desolado el pobre jardín de mi ilusión, donde me segaste tantos
frescos ideales en flor.
Tu voz me sonó a hierro y te escuché
temblando, porque tu palabra era cortante y fría y caía como un hacha. Me
hablaste del camino de la Gloria, donde hay que andar descalzo sobre cambroneras
y abrojos; y desnudo, bajo una eterna granizada; y a oscuras, cerca de hondos
abismos, llenos de sombra como la muerte. Me hablaste del vergel Amor, donde es
casi imposible cortar una rosa sin morir, porque es rara la flor en que no
anida un áspid. Y me dijiste de la terrible y muda esfinge de bronce que está a
la entrada de la tumba. Y yo estaba espantado, porque la gloria me había
traído, con su hermosa palma en la mano, y el amor me llenaba con su
embriaguez, y la vida era para mí encantadora y alegre como la ven las flores y
los pájaros. Y ya presa de mi desesperanza, esclavo tuyo, oscuro genio
Desaliento, huí de mi triste lugar de labor -donde entre una corte de bardos
antiguos y de poetas modernos resplandecía el dios Hugo, en la edición de
Hetzel- y busqué el aire libre bajo el cielo de la noche. ¡Entonces fue,
adorable y blanca princesa, cuando tuviste compasión de aquel pobre poeta, y le
miraste con tu mirada inefable y le sonreíste, y de tu sonrisa emergía el
divino verso de la esperanza, ¡Estrella mía, que estás tan lejos, quién besará
tus labios luminosos!
Quería contarte un poema sideral que tú
pudieras oír, quería ser tu amante ruiseñor, y darte mi apasionado ritornelo,
mi etérea y rubia soñadora. Y así desde la tierra donde caminamos sobre el
limo, enviarte mi ofrenda de armonía a tu región en que deslumbra la apoteosis
y reina sin cesar el prodigio.
Tu diadema asombra a los astros y tu luz
hace cantar a los poetas, perla en el océano infinito, flor de lis del oriflama
inmenso del gran Dios.
Te he visto una noche aparecer en el
horizonte sobre el mar, y el gigantesco viejo, ebrio de sal, te saludó con las
salvas de sus olas sonantes y roncas. Tú caminabas con un manto tenue y dorado;
tus reflejos alegraban las vastas aguas palpitantes.
Otra vez en una selva oscura, donde
poblaban el aire los grillos monótonos, con las notas chillonas de sus
nocturnos y rudos violines. A través de un ramaje te contemplé en tu deleitable
serenidad, y vi sobre los árboles negros trémulos hilos de luz, como si
hubiesen caído de las alturas hebras de tu cabellera. ¡Princesa del divino
imperio azul, quién besara tus labios luminosos!
Te canta y vuela a ti la alondra matinal en
el alba de la primavera, en que el viento lleva vibraciones de liras eólicas, y
el eco de los tímpanos de plata que suenan los silfos. Desde tu región derramas
las perlas armónicas y cristalinas de su buche, que caen y se juntan a la
universal y grandiosa sinfonía que llena la despierta tierra.
¡Y en esa hora pienso en ti, porque es la
hora de supremas citas en el profundo cielo y de ocultos y ardorosos oarystis
en los tibios parajes del bosque donde florece el cítiso que alegra la égloga!
¡Estrella mía, que estás tan lejos, quién besara tus labios luminosos!
Romántico dúo Bouguereau y Darío. "¡Princesa del divino imperio azul, quién besara tus labios luminosos!"
ResponderEliminarTan romántico como los jardines de Monforte ;)
Eliminar¡Qué gusto!, me encanta; cuando empecé a leer a Rubén Darío me resultaba empalagoso, pero ahora cada vez me gusta más...
ResponderEliminarEl Spleen es una maravilla...
¡¡¡Gracias!!!, que tengas buen puente.
Cuando era pequeña me aprendía versos de Rubén Darío de memoria y luego le daba la plasta a mi familia recitándolo. Más tarde pasé a aborrecerlo por cursi. Ahora creo que métricamente tiene poemas perfectos. Me sigue pareciendo cursi, pero creo que a esta imagen le va el texto que he elegido; igual que el que he puesto en el Spleen de París.
EliminarQue tengas bue puente tú también, Rosa. Aquí por fin ha llegado el otoño... ¡ya era hora!