Uno de los dogmas de la postmodernidad es que la religión es sólo un mito, una especie de adormidera con la que paliar las aristas de la vida. Por ello, resulta más que interesante el ensayo Sócrates y Platón, un texto inédito del pensador y maestro alemán Romano Guardini, en el que aborda la relación entre mito y verdad, y en el que es fácil observar trazas de la novedad que supuso la entrada de Cristo en la historia de los hombres. Publicamos varios párrafos del prólogo del libro, a cargo del catedrático de Filosofía profesor Berti:
«Nadie ha sentido tanto la muerte de Sócrates como Kierkegaard, exceptuando una sola persona –cabe decir que su antitipo–: Nietzsche. Para Nietzsche, Sócrates fue el disgregador de la certeza, de la seguridad de los instintos, característica del antiguo mundo griego. Para Kierkegaard, en cambio, Sócrates fue el hombre que hizo prorrumpir el espíritu y que estimuló al hombre griego, todavía natural, a encontrar su propio yo»: ésta es la interpretación que Romano Guardini hace de la figura de Sócrates. Para él, Sócrates es el crítico de la religión griega tradicional, que estaba en crisis en su tiempo, debido a la crisis en la que se hallaba inmersa la misma polis, a la que estaba indisolublemente ligada la religión.
Guardini revela cómo Sócrates, con su palabra y con su vida, constituye un peligro para el ordenamiento civil ateniense, fundado sobre aquella misma religión, y que, por tanto, es del todo comprensible el proceso que se llevó a cabo contra él. En este asunto, observa Guardini que Kierkegaard y Nietzsche están, en el fondo, de acuerdo: Sócrates había destruido la vieja Grecia. Lo que para Kierkegaard constituía un motivo de admiración –de tal manera que coloca a Sócrates a la altura de Cristo–, para Nietzsche supuso un motivo para odiarle, como asesino de la espontaneidad y de la vitalidad griegas. Los acusadores de Sócrates fueron, según Kierkegaard, ejecutores de un destino querido por Dios; para Nietzsche, fueron defensores de un mundo resplandeciente pero abocado ya a un trágico declive.
La tesis de Guardini concuerda con tales interpretaciones, pero es del todo original su modo de interpretar el famoso daimonion socrático, esto es, la voz interior que lleva a Sócrates a realizar determinadas acciones; para Guardini, no se trata de la voz de la conciencia –despreciada por Nietzsche–, sino el signo de una misión divina confiada a Sócrates. De este modo, estaría convencido de llevar a cabo una misión confiada por un dios. Por este motivo, su discurso de autodefensa delante de sus acusadores no fue eficaz, sino que provocó a los jueces y, de alguna manera, les indujo a condenarlo.
En este asunto, Guardini está de acuerdo con Nietzsche: Sócrates quiso morir. De este modo, Sócrates contrapone a los viejos dioses de la tradición mitológica una nueva divinidad, más pura, simbolizada por Apolo, que le habla a través de la voz del daimonion. Tanto Sócrates como su acusador Meleto expresan una exigencia religiosa, y ambos, cada uno a su modo, tienen razón: en eso consiste el carácter trágico, inevitable, de la suerte de Sócrates.
«Tenemos aquí –escribe Guardini– una época de decadencia, pero todavía llena de valores; y frente a ella un hombre llamado a cosas nuevas, pero que con su atrevimiento tritura el pasado. La verdadera tragedia de esta situación es lo irreconciliable de fuerzas y valores contrapuestos».
Enrico Berti
Hola, gracias por tu saludo en mi cumple.
ResponderEliminarCariños y felices pascuas.
Creo que tengo que pasear más por este blog.
ResponderEliminarMe ha interesado enormemente.
Un afectuoso saludo.
Sea bien venido. ¡Gracias!
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