martes, 13 de abril de 2010

El valor de la palabra


Cambiar el sentido de las palabras es el primer paso para deformar la realidad. Es una trampa que puede acarrear graves daños para millones de ciudadanos que nos podemos sentir arrastrados por el cambio inadvertido del lenguaje.

Hace veinticinco siglos, Confucio mantuvo largas conversaciones con sus discípulos chinos hablando del valor de las palabras. Cuando alguien le preguntó qué haría si llegara a gobernar el gran país asiático respondió que escribiría una enciclopedia en la que cada palabra tuviera su significado.

Es el principio básico de toda civilización. Claudio Magris pone en boca del protagonista de su última novela, A Ciegas, que "sin palabras y sin fe en las palabras no se puede vivir; perder esa fe quiere decir ceder, abandonarlo todo".

Cambiar el sentido de las palabras equivale a una gran catástrofe que puede conducir a horribles tragedias. Lo comprobamos en el siglo pasado cuando la democracia, la libertad y la justicia fueron conceptos que deformaron la realidad.


Shakespeare, que ponía palabras a las pasiones, las traiciones, las grandezas y las vilezas de los humanos, era algo más que el más grande de los dramaturgos. Era un filósofo que todavía hoy nos envía lecciones sobre el comportamiento de las personas.


Cambiar el sentido de las palabras, como dijo Montaigne y más tarde Lewis Carroll, es el primer paso para deformar la realidad. Es una trampa que puede acarrear graves daños para millones de ciudadanos que nos podemos sentir arrastrados por el cambio inadvertido del lenguaje.


"Nosaltres, ben mirat, no som més que paraules", escribía el poeta Miquel Martí i Pol. Las palabras no se las lleva el viento. Pueden circular de un espacio cultural a otro, pero no pueden perder su significado porque corren el riesgo de causar grandes desgracias.


Cuánta violencia se ha perpetrado en nombre de la paz, del bien, de la patria, del orden, de las leyes, del terrorismo. El filósofo Tsvetan Todorov, por ejemplo, desarrolla un interesante discurso sobre cuánto mal se ha cometido en la historia en nombre del bien.

Un niño muerto por una bomba arrojada por un ejército de un país democrático para liberar a una sociedad oprimida por un tirano, sigue siendo una víctima inocente. Que Arnaldo Otegi nos hable de libertad y de democracia es insoportable. Tan insoportable como escuchar a Bush, Blair y compañía cuando pretendían democratizar Oriente Medio a golpe de misiles y bajo el grito "conmoción y pavor" de Donald Rumsfeld.

Copio el fragmento de un diálogo entre Antoine Spire y George Steiner, titulado La barbarie de la ignorancia, en la que cuenta que en la época de Breznev "había una joven rusa en una universidad, especialista en literatura románica inglesa. La metieron en un calabozo, sin luz, sin papel ni lápiz, a causa de una delación idiota y completamente falsa, ni falta hace aclararlo. Conocía de memoria el Don Juan de Byron con sus más de treinta mil versos. En la oscuridad lo tradujo mentalmente en rimas rusas. Salió de la prisión habiendo perdido la vista, dictó la traducción a una amiga y esa es ahora la gran traducción rusa de Byron. Ante ello, me digo varias cosas. En primer lugar, que la mente humana es totalmente indestructible. En segundo lugar, que la poesía puede salvar al hombre hasta en lo imposible".

Si perdiéramos el sentido y el valor de la palabra volveríamos a la barbarie.


Lluís Foix

La Libreta (en La Vanguardia digital)
04/04/2007

2 comentarios:

  1. La palabra, la que está dicha, y la que aún está por decir. Pero a veces son orgullosas. Y no saben... no son... Y nos pierden.

    En las palabras nos encontramos, y también en ellas, a veces, nos perdemos.

    Me ha encantado esta entrada.
    ;))

    ResponderEliminar