viernes, 30 de octubre de 2015

Sonatina

Viktor Vastenov: La princesa que nunca sonrió

La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.

El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y vestido de rojo piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.

¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de China,
o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz?
¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?

¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar;
ir al sol por la escala luminosa de un rayo, 
saludar a los lirios con los versos de mayo 
o perderse en el viento sobre el trueno del mar. 

Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata, 
ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata, 
ni los cisnes unánimes en el lago de azur. 
Y están tristes las flores por la flor de la corte, 
los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte, 
de Occidente las dalias y las rosas del Sur. 

¡Pobrecita princesa de los ojos azules! 
Está presa en sus oros, está presa en sus tules, 
en la jaula de mármol del palacio real; 
el palacio soberbio que vigilan los guardas, 
que custodian cien negros con sus cien alabardas, 
un lebrel que no duerme y un dragón colosal. 

¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida! 
(La princesa está triste, la princesa está pálida) 
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil! 
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe, 
—la princesa está pálida, la princesa está triste—, 
más brillante que el alba, más hermoso que abril! 

—«Calla, calla, princesa —dice el hada madrina—; 
en caballo, con alas, hacia acá se encamina, 
en el cinto la espada y en la mano el azor, 
el feliz caballero que te adora sin verte, 
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte, 
a encenderte los labios con un beso de amor». 

(Rubén Darío)



jueves, 1 de octubre de 2015

Romance de los siete pecados capitales

“Me duele España; ¡soy español, español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu de lengua y hasta de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo!”
Miguel de Unamuno, 1864-1936.


(A la estulta alcaldesa que ni de pedicura sabe).


Walter Zuluaga: Al paso del mayoral


Tarde abajo, el mayoral 
de los siete toros negros 

 va sorbiéndose en un triste 
rojo crepúsculo lento. 

Zahones de hipocresía 
lleva, y por pica el deseo: 
con azahar de inocencia 
tienen los estribos hechos. 

Los toros con siete lunas 
van corneando los vientos: 
jazmines de barba espesa 
tirando van contra el cielo. 

«¿A dónde vas mayoral?» 
«A tu corazón los llevo». 

Prepara tu mariposa 
de seda y luz para el juego, 
sácale filo a tu espada 
con pedernales de miedo 
¡Fina viene de pitones 
la luna de un mal deseo! 

¡Brava corrida, la tarde 
aquella de mi tormento! 
y seda morada, en medio. 
Yo con la espada y la duda.
Contra mí, siete deseos. 

Me rozaron en la carne 
las siete liras de huesos. 
Geranios de sangre fresca 
mis alamares prendieron. 
Me salpicaron de espuma.
No me llegaron al cuerpo. 

Cuando la tarde sorbía, 
rojo, el crepúsculo lento, 
por los prados, ya sin toros 
luz de aurora en el sombrero 
sin espuela y sin estribos 
llegaba el Mayoral Bueno. 
Vendas de seda traía 
y aceite de olivos nuevos; 
arena fresca en las manos 
para enarenar el ruedo. 

«¿A dónde vas, mayoral?» 
«A tu corazón los llevo». 

José María Pemán.