Yo renuncié a la florida
locura de aquel amor.
¡Mas no renuncié al dolor
de esta herida!
Señor: llévate la miel
de mi ardor de juventud:
mas la flor de esta inquietud
no te la lleves con él:
que aquel infinito ardor
de mi pasión encendida
fue mi primera medida
de tu grandeza. Señor.
Señor: estuve tan loco
del amor… que de un modo blando
será mejor ir curando
el corazón, poco a poco.
No se hace el halcón airado,
Señor, tan pronto paloma…
de esta rosa que te he dado
deja que quede el aroma
de un recuerdo deshojado.
José María Pemán