interminables
conversaciones, escritores y libros a mansalva. He aquí una gran novela
que en poco tiempo he leído ya dos veces. Porque engancha, porque me
cuenta con cariño y perspicacia de todo eso que a mí me importa.
Recuerdo que comencé a leer la novela -
La Buena Novela-en la cocina
(hacía frío, y puse la calefacción en marcha). Y ya no pude parar. Todos
esos personajes que leen y leen y leen, que aman los libros con
inaudita pasión. Esa es la verdadera aventura. De la mano de la belleza y
elegancia de
Francesca, y de la voluntad de trabajo de
Ivan. Los dos
socios de ese desafío -entre tanto paleto materialista y escéptico
angustioso- que es siempre una nueva librería, situada en esta ocasión
en el mismo centro de
París:
La Buena Novela.
Es un libro de
amor, eso está claro (con su pasión y su drama e intriga). Amor: esa
constante búsqueda, esas miradas y esa desazón. Y amor por la lectura.
Amor a la literatura. Amor a la novela. Y amor a la humanidad. En la
página 81 recojo esta perla -toda
La buena novela está plagada de
perlas-: “
De todas las cosas para las que sirve la literatura (…) una de
las más gratificantes es la de conseguir que personas hechas para
entenderse se reconozcan entre ellas y entablen comunicación”. En busca
-¡el amor, el amor!- de la librería perfecta (“
aquella que no venda más
que buenas novelas”). En busca de la excelencia... Desde luego esta
novela es muchas cosas. Y no la menos importante es la crítica mordaz
(explícita e implícita) a la propia crítica literaria, a la fría
mercadotecnia del negocio, al mundillo cultural plagado de poses y
vanidades y mentiras. “
El cinismo del comercio”. Todo ese cúmulo de
falsos prestigios y literatura banal.
Y el lector-lector, el
lectorenamoradodelasbuenasnovelas, queda inevitablemente prendado (en la
novela y en su realidad). Pero la búsqueda de la excelencia levanta
envidias y suspicacias. Por parte, claro, de los mediocres y más memos.
Se ven señalados. Y eso les resulta insoportable, les asusta. Y
comienzan los ataques. Mientras,
Francesca y “Van”, y su comité secreto
de escritores, de cuyas listas de las mejores novelas se nutre la
librería, y su legión de admiradores y fieles clientes que sólo
esperaban una señal así de drástica y pura, siguen leyendo con
entusiasmo y defendiendo ese bastión. ¡Fuera todos esos tomos de
naderías, todas esas sistemáticas y asfixiantes y triviales novedades!
El éxito estaba asegurado. De hecho durante unos cuantos meses no se
hablaba de otra cosa que de esa pequeña y atrevida librería. Pero
entonces…
Pues eso, lo de siempre. Esa viscosidad sinuosa que
es el mal manipula, ataca, escupe, difama. Y la defensa de
Francesca e
Ivan -y demás amigos- adquiere tintes épicos, porque es preciso
resistir. Cada lector debe de hacerlo. Por ejemplo,
Francesca escribe un
artículo precioso para la prensa, que me parece resume espléndidamente
la médula de toda esta maravillosa novela de
Lauréese Cossé (editada
primorosamente en español por
Impedimenta y traducida por
Isabel
González-Gallarza). Dice
Francesca cosas como las siguientes: “
Pero esas
novelas magistrales hacen mucho bien. Embelesan. Ayudan a vivir.
Instruyen. Se ha convertido en algo necesario defenderlas y promoverlas
sin tregua (…). Reclamamos libros necesarios. (…) No necesitamos libros
insignificantes, libros huecos, libros confeccionados para gustar. No
queremos libros escritos sin mimo, deprisa y corriendo. (…) Queremos
libros escritos para nosotros que dudamos de todo, que lloramos por
nada, que nos sobresaltamos por el más mínimo ruido. (…) Queremos buenas
novelas. Queremos libros que no eludan nada de lo trágico de la
condición humana ni de las maravillas cotidianas; libros que nos
devuelvan el aire a los pulmones”. Decidme: ¿no os parece
extraordinario? ¿No os parece que esta es la novela que estabais
esperando?
Y la autora va tejiendo su prodigio. Y el lector
quisiera que no terminara nunca. Verdaderamente una espléndida novela de
amor. Una buena novela.