jueves, 31 de mayo de 2012

Réverie. Mére


Madre

La herida de belleza fue tan mortal
que se hizo eterna en tus hijos.
Aquella que el necio no entendió
y que promete feliz el futuro.

Tu verde alpino es
el que le pide prestado
al cielo la esperanza.

(P. M-T V.)

Frank Dicksee (1853 – 1928)
La madre

lunes, 28 de mayo de 2012

Presencia de Dios



He entrado en unidad con la pradera;
camino del magnífico, entregado,
desplome de mi ser en lo divino.

He entrado en unidad con ese bosque
que es todo ruiseñor y es todo pena,
como el bosque que llevo en mis entrañas.

He entrado en unidad con el estío:
y sus turbias raíces del pecado
le han servido de tronco a mi azucena.

Me duelen como deben de dolerles
a los granos de arena las espumas,
como al fondo del mar, la gran turquesa.

Se llega a Dios por todos mis sentidos.
Se llega a Dios por todas mis heridas.
Se llega a Dios mirándome a los ojos.

Por las acequias rojas de mis venas
va la sangre moviendo el gran molino
de una oración enorme y sin palabras.

Se me ha quedado anoche, junto al alma,
abierto el portoncillo de la pena:
… y Dios estaba, con el sol primero,
sentado, allí, en las flores.

José María Pemán (1897-1981)

George Hillyard Swinstead (1860-1926)
El mensaje del ángel

miércoles, 23 de mayo de 2012

Poema dentro de un sobre blanco

Filippo Palizzi (1818-1899) Niña sobre roca en Sorrento

Ay, de todos los ríos que he visto y he cantado,
de los que son un llanto, de los que se perdieron
y por mucho que buscan no encuentran su destino,
y de los orquestales, y de los escondidos
a los que baja a veces a bañarse la luna,
uno solo quisiera, uno pequeño y recto,
uno con nombre fácil de tres o cuatro letras,
y quisiera arrancarle a la tierra ese río,
borrarlo de los mapas y subirlo a tu casa
para que te cruzara la palma de la mano.

Aunque se malograran las cosechas,
aunque todos los astros se apagaran un poco,
aunque la primavera no llegase a las ramas,
yo no devolvería a la tierra ese río
y pasaría todo el resto de mi vida
mirándote, mirándote, mirándote...

Miguel d'Ors, Del amor, del olvido

sábado, 19 de mayo de 2012

Demasiado incorrecto para recordar

Parece que vivimos tiempos de depresiones, no sólo económicas, también psicosociales y culturales. La memoria se desinfla, se vuelve fatua y las conmemoraciones pasan al olvido de un sencillo apunte en la agenda personal, o a la esquina de un breve periodístico, o se convierten en fiesta de nostálgicos atrabiliarios. Incluso gobernando las derechas, un Ejecutivo para la economía y por tanto para la ética, la cultura se transforma en mero embellecimiento de una estética siempre tardía, que por no ser, no es ni clásica

Menéndez Pelayo
en el vestíbulo de la BNE
Y en éstas, don Marcelino Menéndez y Pelayo se nos aparece, como si fuera el maestro de la conciencia hispánica y del pensamiento católico. Se manifiesta, nos interpela y nos obliga. ¿Qué queda de don Marcelino en este presente de la historia? ¿Acaso ese virus postmoderno del complejo deconstructor de grandes hombres, de grandes historias, de grandes relatos, de sentido, al fin y al cabo, nos está afectando hasta tal punto que hemos perdido la memoria y, con ella, el verbo en activo de la esperanza? ¿También en la Iglesia, pueblo de la memoria e inteligencia de la fe, la caridad y la esperanza?

Cuando el inquieto afán de la búsqueda de la verdad que propone la Iglesia tiene que recurrir a una Carta pastoral escrita en 1956, por el entonces obispo de Santander, monseñor José Eguino y Trecu, quiere decir que algo pasa. Se cumplían cien años del nacimiento de don Marcelino:
«(...) Nosotros hemos querido detenernos en algunos puntos de aquellas memorables oposiciones, porque así se comprende la importancia del rasgo de Menéndez Pelayo que puso la ciencia, al pisar el umbral mismo de su cátedra universitaria, a la sombra de la Cruz. Mas no por jactancia ni por pedantesca exhibición de una piedad farisaica y vocinglera, sino por convicción íntima, porque lo exigía así la sencillez y firmeza de un joven casi imberbe, que no se pagaba de adulaciones, pero tampoco se asustaba del respeto humano y llevaba en todas partes sentida y honda la fe que aprendió sobre las rodillas de su madre».
El 19 de mayo de 1912 fallecía en Santander un sabio; quisiera ahora escribir: el último hombre sabio de nuestra España. Ahora se cumplen cien años, y nuestra historia muda y hace silencio. ¿Saben los universitarios quién fue don Marcelino, su pasión por la verdad, su amor sincero por la fe? He aquí nuestro pecado, un pecado de lesa ciencia. (...)
¿Quién siembra en las presentes generaciones la pasión por las pasiones que llenaron la vida de Menéndez y Pelayo, por esos amores que nuca se pierden y que pasan por encima de lo que el segundero de la Historia condena? Ya lo dijo Ángel Herrera Oria, que bebió de la obra de don Marcelino y que impregnó toda la suya con esa labia: su vida entera es sólida y de una pieza. «Católico a machamartillo, como sus padres»; españolísimo «de la única España que el mundo conoce»; «admirador de los pueblos que se reconstruyeron ahondando en su propia tradición», fustigó duramente a los españoles que desorientaban a la juventud «corriendo tras los vanos trampantojos de una falsa y postiza cultura, en vez de cultivar su propio espíritu». Porque «un pueblo joven puede improvisarlo todo menos su cultura intelectual. Un pueblo viejo no puede renunciar a la suya sin extinguir la parte más noble de su vida y caer en una segunda infancia próxima a la imbecilidad senil».
José Francisco Serrano Oceja en alfayomega.es

martes, 15 de mayo de 2012

Azucenas en camisa

Franz Dvorak, Pureza y pasión
A Fernando Villalón

Venid a oír de rosas y azucenas
la alborotada esbelta risa
Venid a ver las rosas sin cadenas
las azucenas en camisa

Venid las amazonas del instinto
los caballeros sin espuelas
aquí al jardin injerto en laberinto
de girasoles y de bielas

Una música en níquel sustentada
cabellos curvos peina urgente
y hay sólo una mejilla acelerada
y una oropéndola que miente

Agria sazón la del febril minuto
todo picado de favores
cuando al jazmín le recomienda el luto
un ruiseñor de ruiseñores

Cuando el que vuelve de silbar a solas
el vals de «Ya no más me muero»
comienza a perseguir por las corolas
la certidumbre del sombrero

No amigos míos Vuelva la armonía
y el bienestar de los claveles
Mi corazón amigos fue algún día
tierno galope de corceles

Quiero vivir La vida es nuevo estilo
grifo de amor grifo de llanto
Girafa del vivir Tu cuello en vilo
yo te estimulo y te levanto

Pasad jinetes leves de la aurora
hacia un oeste de violetas
Lejos de mí la trompa engañadora
y al ralantí vuestras corvetas

Tornan las nubes a extremar sus bordes
más cada día decisivos
y a su contacto puéblanse de acordes
los dulces nervios electivos

Rozan mis manos dádivas agudas
lunas calientes y dichosas
Sabed que desde hoy andan desnudas
las azucenas y las rosas

(Gerardo Diego, de Poemas adrede)

jueves, 10 de mayo de 2012

Galdós y Madrid

Inserción publicitaria en el volumen de las
Obras inéditas de Galdós publicado en 1926

(Fuente: Santiago Fernández en bib.cervantesvirtual.com)

Placa conmemorativa
en Casa Botín
(...) De sobra es conocido el amor de Galdós ( 10 de mayo de 1843-1920) hacia Madrid. Canario de nacimiento, el 30 de septiembre de 1862 el joven Benito llegaba a la capital con la intención de cursar los estudios de Derecho. Algo que sólo pudo hacer a trancas y barrancas, y es que bien pronto descubriría que las calles de ese pueblo abigarrado encerraban muchas más enseñanzas que las aulas de la Universidad Central, donde "me distinguí por los frecuentes novillos que hacía". Fue tal el apasionamiento de Galdós hacia esta ciudad que jamás volvería a su tierra natal. De hecho, cuando Galdós, ya anciano y completamente ciego, accede a la petición de La esfera para publicar sus recuerdos bajo el título de Memorias de un desmemoriado, lo hará comenzando por su llegada a la Corte. Se trata de una serie de artículos conmovedores, sobre todo en aquellos pasajes en los que Galdós evoca sus paseos por un Madrid al que la ceguera le impide volver a mirar. Fue sin duda su gran amor, y desde luego el único que hizo público (y eso que Gregorio Marañón, amigo íntimo del literato, lo calificara en su momento como "gran mujeriego").

Plano del Madrid de los Austrias,
publicidad de Casa Botín.

En aquella segunda mitad del siglo XIX, como reflejaría en toda su obra, era Madrid un hervidero de revoluciones efímeras no exento, pues ahí seguían los restos del Imperio, de sentimiento patriótico (La Fontana de oro); era un Madrid provinciano y beato (Tormento), a la zaga distante de los avances ingleses, un epígono paleto de la moda del otro lado de los Pirineos. La fatuidad, sin embargo, de sus habitantes, convertía a la ciudad en un mosaico de falsas apariencias (La de Bringas), sus teatros se llenaban de damas encopetadas con remiendos milagrosamente apañados (La desheredada), de caballeros que mantenían a sus concubinas a costa de deudas de las que se enriquecían los usureros (la serie de Torquemada). Un Madrid de pordioseros (Misericordia), de flamencos y toros, de cesantes en la cola infinita de la burocracia (Miau). Aquella ciudad era un baile de máscaras que exigía un gran hombre para retratarla y dejarla a la posteridad. Un hombre, como Galdós, deslumbrado por la Comedia humana de Balzac, a quien descubrió en su primer viaje de 1867 a París

Portada de ABC
el día de la muerte de Galdós
Sin miedo a exagerar, se puede decir que la segunda mitad del siglo XIX en España, en concreto en Madrid, se conoce en sus intimidades básicamente por Benito Pérez Galdós, quien no contento con el reflejo de esas intrahistorias se lanzó también a la labor titánica de sus 26 Episodio Nacionales (...).

Puede leerse gran parte de la obra de Galdós aquí.

Plaza Mayor de Madrid desde Cava de san Miguel,
por Pilar Vidal (mi madre)

martes, 8 de mayo de 2012

El misterio Shostakovich...

... o como sobrevivir al comunismo.

El 25 de septiembre de 1906 nacía en San Petersburgo Dimitri Shostakovich, considerado como el último gran sinfonista de la historia de la música, aunque su trayectoria vital se ha convertido en un ejemplo típico de las relaciones entre el artista y un poder político opresor.
Ese poder exigía, en nombre del realismo socialista, que los compositores hicieran música para el “pueblo” conforme a los cánones oficiales, en los que no se escatimaban la afectación para exaltar al Estado soviético o el uso de temas folclóricos más o menos pegadizos. Por lo demás, había que huir de toda disonancia y de planteamientos subjetivistas. Nada de hacerse inquietantes preguntas sobre el destino del hombre o de dejar asomar por un momento a la tragedia. Para eso ya estaban Shakespeare o los trágicos griegos que, por cierto, le gustaban a Marx aunque nunca los tuvo en cuenta para sus teorías políticas.

Se asocia el nombre de Shostakovich al de víctima moral de Stalin, al de un músico que vio recortada su inspiración por la estética más bien burguesa y convencional del secretario general del Partido. Algunos críticos elogian sus espectaculares sinfonías compuestas durante la II Guerra Mundial, pero concluyen que Shostakovich perdió su brillo al convertirse en uno de los símbolos oficiales de la música soviética. Este argumento se vería reforzado si leyéramos la necrológica de Pravda , en agosto de 1975, que le presentaba como un leal hijo del sistema comunista y ejemplo de artista y ciudadano. Sin embargo, en 1979 Solomon Volkov, un músico ruso huido a Occidente, publicaba un libro en el que recogía testimonios de Shostakovich que serían tachados en la URSS de calumnia y falsificación, y ni siquiera el final del comunismo apagó la polémica. En la Rusia de la década de 1990 –e incluso hoy- muchos se resistieron a admitir que aquel compositor “oficial” se burlaba para sus adentros de todas las retóricas del régimen. No se había conformado con el silencio sino que había adulado al poder para sobrevivir, afiliándose al Partido en 1960 o siendo uno de los firmantes de un escrito contra Andrei Sajarov. Alguien tachará esta conducta de arribismo o de oportunismo, pero en realidad es tan sólo un producto de la sociedad comunista. Es la actitud de alguien que no quiere ser héroe o mártir, que ha visto que las represalias del estalinismo han alcanzado a parientes y amigos, que desea seguir componiendo y estrenando, y que toma la decisión de disimular para no comprometer su futuro y el de su familia.

La conducta de Shostakovich podría encajar con lo que el Premio Nobel polaco, Czeslaw Milosz, expuso en su ensayo El pensamiento cautivo (1953). Se trata de la técnica del ketman, algo que comprobó el conde de Gobineau en su destino diplomático de la Persia de mediados del siglo XIX. ¿Cómo podía sobrevivir en medio de la ortodoxia chiíta un sabio partidario de la lógica y el racionalismo? No sólo con la mera sumisión a los dictados de los clérigos chiítas sino convirtiéndose en uno de ellos y hasta de los más destacados, hasta el extremo de ganar por completo su confianza. Una vez instalado en la jerarquía, el sabio racionalista podría ir deslizando entre sus discípulos ideas que se apartaran de la ortodoxia oficial, no dejando nunca de proclamar su compromiso con el orden vigente. Milosz afirmaba que esto estaba muy extendido entre los intelectuales de la Europa comunista, aunque los grados de ketman variaban de unos a otros, pues, en general, no se trataba tanto de socavar el sistema –aunque esto fuera una consecuencia indirecta- sino de sobrevivir y de la mejor manera posible.

Desde esta perspectiva, la música de Shostakovich se nos presenta hoy ambivalente. Algunos libros nos seguirán diciendo que su Séptima Sinfonía, Leningrado, es el homenaje a la heroica resistencia de la antigua capital rusa al nazismo, pero también habrá quien nos recuerde que la sinfonía había sido ideada mucho antes de la invasión alemana de 1941 y que la repulsa de los enemigos de la humanidad, de la que el autor habla en sus notas, se refiere en realidad a otros enemigos más cercanos y que hablaban el mismo idioma. Dimitri Shostakovich, hombre de carácter tímido y serio, adquiere rasgos irónicos y escépticos, y su música se convierte casi en un “mensaje cifrado”. El misterio continúa.

(Fuente: Antonio R. Rubio Plo, historiador y analista de relaciones internacionales en darfruto.com)

domingo, 6 de mayo de 2012

La maternidad en la pintura


Lionel-Noël Royer (1852–1926), Madre e hijo

Fritz Zuber-Bühler (Swiss, 1822-1896)
Amor de madre.

James Sant
La esposa del artista, Elizabeth, con su hija Mary Edith.

William Apolphe Bouguereau
Las alegrías de la maternidad (1878)

Hugues Merle, Afecto Maternal (1867)


Lecadre Alphonse Eugène (1842-1875), El sueño.

Tiziano (1488- 1576), Virgen del conejo (1530)
Se trata de una Virgen con un niño, acompañada por Santa Catalina de Alejandría.
El pastor que acaricia la oveja negra puede ser que constituya un recuerdo de la antigüedad pagana.
La renovación de la naturaleza tiene una abundancia de símbolos:
- El conejo encarna la pureza mariana.
- Las frutas en la canasta evocan el pecado (la manzana) y la Redención (las uvas).

jueves, 3 de mayo de 2012

¿Ves esa rosa tan bella y pura?


¿Ves esa rosa que tan bella y pura
amaneció a ser reina de las flores?
Pues aunque armó de espinas sus colores,
defendida vivió, mas no segura.

A tu deidad enigma sea no obscura,
dejándose vencer, porque no ignores
que aunque armes tu hermosura de rigores,
no armarás de imposibles tu hermosura.

Si esa rosa gozarse no dejara,
en el botón donde nació muriera
y en él pompa y fragancia malograra.

Rinde pues, tu hermosura, y considera
cuánto fuera rigor que se ignorara
la edad de tu florida primavera.

Calderón de la Barca (1600-1681)